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Historia de Chile: La Guerra del Pacífico.

El camino del liberalismo

        
La Constitución de 1833 reflejaba -y muy bien- el momento histórico que vivía Chile, con amplio predominio de los sectores más conservadores de la sociedad. El grupo social de la aristocracia, al cual tanto combatió Portales, se vio, pese a ello, favorecido con la nueva carta, pues ella, de alguna forma, restauraba los privilegios que tuvo durante el largo período colonial y que se habían visto en parte malogrados durante las luchas por la independencia y los agitados años del período de organización.

Con Portales temporalmente alejado del poder junto a sus estanqueros, la aristocracia retomó las riendas de este e hizo evidente su peso en la sociedad. Así, respaldó los numerosos excesos de autoritarismo que se produjeron bajo los mandatos de Prieto, Bulnes y, en especial, Montt.

La persona del presidente se veía investida de una autoridad casi inapelable, con facultades que permitían su intervención en casi todos los ámbitos del quehacer nacional. Frente a ella, como contrapartida, se presentaba un Congreso con atribuciones un tanto limitadas, de no ser por el mecanismo de las leyes periódicas.
A pesar de esos aspectos, esta Constitución dio al país el orden y la estabilidad tan necesarios para el progreso, aun con las reformas a que fue sometida hasta su derogación en 1925.

En los años de la organización y los que le siguieron inmediatamente, no existió lo que hoy conocemos como partidos políticos. Sin embargo, existían diversos grupos que representaban el sentir y los ideales de las corrientes del pensamiento de la época, que en la generalidad de los casos se asociaban con estamentos de la sociedad, o con personajes que en algún momento habían desempeñado un rol preponderante en ella.

Es en este período cuando aparecen los partidos políticos, aunque sin una estructura definida. Sus principales mecanismos proselitistas fueron los numerosos periódicos y pasquines que proliferaron esa época, amén de las tertulias, en las cuales se conversaba sobre los más variados temas de actualidad.

Al calor del brasero, la música, comida y bebidas, se mezclaban , mentarlos sobre la vida cotidiana junto al análisis político y las nuevas ideas para el país. Era un verdadero retrato social que no había cambiado desde la Colonia y que se prolongaría durante el siglo XIX hasta la época de los salones, durante la cual la mayoría de las grandes decisiones políticas se adoptaba en reuniones sociales de la aristocracia capitalina.

Predominaban los llamados pelucones, constituidos por sectores de tendencias conservadoras. Fortalecidos tras su triunfo en Lircay, el grupo pelucón reunió en torno a él a antiguos monarquistas, o´higginistas y estanqueros, convirtiéndose en una especie de partido único de gobierno. La Constitución de 1833 lo fortaleció, hasta que sufrió su primera división cuando se separó la corriente de los fílopolitas, muy crítica al autoritarismo del gobierno.
Entre los adherentes a esa nueva postura se encontraban algunos carrerinos, pipiólos moderados y conservadores de tendencia más liberal. Sin embargo, pronto fueron anulados, al volver a fortalecerse el gobierno de Prieto en su segundo mandato, con la vuelta de Portales al poder.

Los o´higginistas pasaban casi inadvertidos, pues sus escasas fuerzas o se plegaron al bloque de gobierno conservador o bien sobrevivieron en un vano intento por restaurar al prócer en el poder, idea que siempre tuvo la tenaz oposición de Portales y de la aristocracia capitalina.

Luego de su derrota en Lircay, los pipiólos -de tendencias ultraliberales- pasaron por una etapa de casi absoluta inactividad, hasta que en 1835 parecieron retomar ánimo dentro del grupo de los filopolitas.

A instancias de José Victorino Lastarria y sus seguidores, muchos de ellos darían vida -años después- al Movimiento intelectual de 1842 y fundarían el Partido Liberal en 1849. Esta colectividad se convirtió en el enemigo acérrimo del conservantismo y en el refugio de los jóvenes aristócratas que, inspirados en el romanticismo y liberalismo europeos, pretendían remecer a la conservadora sociedad chilena.

Al asumir Prieto, el grupo estanquero que apoyaba a Portales se plegó al partido de gobierno. En sus filas incluía a representantes de diversas tendencias, más bien moderadas, que compartían un anhelo común: el orden político y la estabilidad institucional de la nación. No sería sino hasta mediados de siglo, aproximadamente, cuan do se produciría una mayor apertura del espectro político, al verificarse violentas divisiones internas en los dos principales partidos políticos del país: los conservadores, de quienes nacería el Partido Nacional, y los liberales, que darían origen al Partido Radical.

A través de diversas organizaciones, entre ellas, la Sociedad Demócrata, la Sociedad Caupolicán, el club de la Reforma (1849), la Sociedad de la Igualdad (1850) y el Partido Liberal, fundado oficialmente en 1849, los sectores políticos liberales ejercieron presión sobre los gobiernos conservadores y sus más cercanos colaboradores, propiciando modificaciones al régimen constitucional.
La más destacada de aquellas organizaciones fue la Sociedad de la Igualdad, entre cuyos fundadores se encuentran Francisco Bilbao, José Zapiola, Benjamín Vicuña Mackenna, Domingo Santa María, José Miguel Carrera Fontecilla, Santiago Arcos y Eusebio Lillo. Su principal miembro, Francisco Bilbao, postulaba la creación de un partido demócrata de corte popular o proletario, que representara los intereses de las clases laborales; de ahí que se iniciaran acciones destinadas a ilustrar a las masas. Luego, la Sociedad, ya con un marcado carácter de grupo político, estrechó sus relaciones con el Partido Liberal y en conjunto se opusieron a la elección de Manuel Montt.

Considerada como un foco de sedición, en agosto de 1850 la sede de la Sociedad fue asaltada por personas relacionadas con la policía. Ello, lejos de amilanar a los liberales, los llevó a extremar sus posturas [Véase el documento N° 3, página 87]. Diversas manifestaciones contra el gobierno, encabezadas por Bilbao, llevaron al intendente de Santiago a ordenar su disolución. Sus miembros más destacados fueron encarcelados; otros -como José Victorino Las-tarria y Federico Errázuriz-, exiliados. Vicuña Mackenna y Bilbao debieron ocultarse.


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