
Historia de Chile: La Guerra del PacÃfico.
Dos cartas de Diego Portales. El polÃtico y el hombre
Señor José M. Cea.
Mi querido Cea:
Los periódicos traen agradables noticias para la marcha de la revolución de toda América. Parece algo confirmado que los Estados U-nidos reconocen la independencia americana. Aunque no he hablado con nadie sobre este particular, voy a darle mi opinión. El Presidente de la Federación de N.A., Mr. Monroe, ha dicho: ´se reconoce que la América es para estos´. ¡Cuidado con salir de una dominación para caer en otra! Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquà la causa de mi temor. ¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar Ministros, delegados y en reconocer la independencia de América, sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso, mi amigo! Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese será asÃ: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Esto sucederá, tal vez no hoy; pero mañana sÃ. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin cuidarse de un envenenamiento. A mà las cosas polÃticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aun censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los paÃses como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La MonarquÃa no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe como yo la entiendo para estos paÃses? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y asà enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensara igual.
¿Que hay sobre las mercaderÃas de que me hablo en su última? Yo creo que conviene comprarlas, porque se hacen aquà constantes pedidos. Incluyo en esta una carta para mi padre, que mandara en el primer buque que vaya a ValparaÃso.
Soy de Vd. Su obediente servidor Diego Portales.´
Mayo 13 de 1832.
Mi querido Garfias:
Si hay algún bien en la vida es el consuelo de tener un amigo a quien entregarse y que merezca este tÃtulo sagrado.
Tenga Ud. Paciencia. Debe saber mis relaciones con Constanza Nordenflicht. No es del caso entrar en historia tan desagradable y en que tendrÃa que hacer yo mismo mi panegÃrico. Sabe Vd. Que tengo dos chicos de ella: que quiero y compadezco a la que está en el colegio y que, a más, no está fuera de mi deber propender a hacerla feliz en cuanto pueda. Declaro a Vd. También, que no he contraÃdo obligación alguna con su madre y que para la puntual asistencia que ha recibido siempre de mÃ, no he tenido otro móvil, que mi propio honor, la compasión y el deber de reparar los daños que hubiese recibido por mi causa.
Después de estos antecedentes, debo poner en su noticia que se haya gravemente enferma y que la escarlatina puede concluir de un momento a otro con sus dÃas: quiero ser menos desgraciados a los inocentes frutos de mi indiscreción y juventudes, casándome con la madre en artÃculo de muerte y, al efecto, cuando llegue el caso será Vd. avisado por los facultativos o uno de ellos, para que se presente a representarme y contraer a mi nombre: para esto remito a Vd. el poder necesario.
Debo prevenirle que formada mi, firme resolución de morir soltero, no he tenido embarazo y he estado siempre determinado a dar el paso que hoy le encargo; pero con la precisa calidad de que la enferma no dé ya, si es posible, señales de vida: hace cinco años desahuciada y abandonada de los médicos y hasta del Ministro que la auxiliaba: hice varias tentativas para dirigirme a su casa con este mismo objeto; pero me fue imposible vencer el temor de que sobreviviese a aquella enfermedad. Yo no tendrÃa consuelo en la vida, y me desesperarÃa si me viere casado: esta declaración reglará la conducta de Vd. y me avanza a aconsejarle que, si le es posible, se case, a mi nombre después de muerta la consorte: creo que no faltarÃa a su honradez consintiendo en in engaño que a nadie perjudica y que va a hacer bien a unas infelices e inocentes criaturas. Constanza hizo su testamento cerrado en aquel entonces; deja por herederos y por albacea y tutor a don Manuel Rengifo, en cuyo poder se hayan esas disposiciones. De consiguiente, el engaño no perjudica a sus hermanos que podrÃan heredarla abintestato.
En fin, a Vd. me entrego y esta consideración sólo puede hacerme suspender toda otra instrucción. Tengo despedazada el alma, por lo que no me contraigo a sus cartas que he recibido.
Adiós. D. Portales.´

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