
Historia de Chile: La Guerra del PacÃfico.
Pérez Rosales relata los inicios de la colonización alemana
Llegué al importantÃsimo y muy descuidado puerto de Corral o Coral, como algunos enemigos de nombres mal sonantes suelen llamarle, el 12 de febrero de 1850, después de haber atravesado por entre las abandonadas fortalezas que, en tiempo de los españoles, defendÃan la tranquila y pintoresca embocadura de la preciosa rÃa de Valdivia.
ReducÃase el pueblo, o más bien dicho, los diseminados y pobres casuchos de este puertos, para cuya defensa habÃa invertido millones la madre patria, a veintiocho mal colocadas habitaciones, mirando unas a la marina y otras, sin saber por qué, hacia los emboscados cerros que le rodeaban. La poderosÃsima vegetación que cubrÃa la mayor parte de este territorio de esta provincia comenzaba desde el mismo Corral a oponer serias dificultades al viajero para su traslación de un punto a otro, por inmediatos que estuviesen entre ellos.
[...] la única vÃa de comunicación que se encontraba entre el puerto y Valdivia, capital de la provincia, era el mismo rÃo; y el tiempo que se echaba, navegando en botes o chalupas de un punto a otro, era de cuatro horas.
[...] En vano el Gobierno, para precaver este mal [la especulación] habÃa comisionado al activo e inteligente sargento mayor de ingenieros Phillippi para reconocer y deslindar los terrenos fiscales que debÃan repartirse entre los emigrados, asà como después al modesto e inteligente ingeniero Frick para continuar la misma trabajosÃsima tarea durante el tiempo que el incansable Phillippi, trasladado a Alemania, trabajaba allá para promover la inmigración hacia Valdivia, porque a medida que aumentaba la posibilidad de que llegase a Chile la primera expedición, aumentó tanto el número de detentadores de los terrenos por tantos tÃtulos considerados baldÃos, que en vÃsperas del arribo del primer navÃo que, confiado en las promesas del Gobierno, habÃa salido de Hamburgo en 1849, se podÃa decir que no se encontraba en el territorio una sola pulgada de tierra que no reconociese algún imaginario dueño.
[...] Atingido por un lado por el espÃritu que dominaba en el lugar, y por el otro, por el justo temor de que, no habiendo terrenos disponibles de propiedad fiscal que poder desde luego repartir, iban a dar al inmigrado, que confiado en las promesas del Gobierno habÃa abandonado su patria y su hogar, una prueba palmaria de que se le habÃa engañado, tendiéndole un inicuo lazo, ya me disponÃa a salir en demanda de algunas de las muchas desiertas playas de Carelmapu, cuando el buen espÃritu de algunos honrados y entendidos patriotas valdivianos vino a disuadirme de mi propósito, ayudándome a combatir con generosos ofrecimientos los efectos de un egoÃsmo inconsciente. Prestáronse gustosos, unos a asilar a los inmigrados en sus casas, otros a prestarles terrenos inmediatos a la ciudad para sus primeras siembras, y otros hasta prestarles bueyes, el todo sin estipendio alguno.
[...] En estas circunstancias, vino a sacar al soñoliento Valdivia de su natural apatÃa la noticia de haber llegado a Corral, procedente de Hamburgo, la barca Hermann, después de 120 dÃas de navegación, conduciendo a su bordo 85 pasajeros alemanes: 70 hombres, 10 mujeres y 5 niños.
Llegaron estos inmigrados costeando ellos mismos su pasaje, más bien en calidad de comisión exploradora, para saber hasta qué punto alcanzaba la verdad de los ofrecimientos que, a nombre del Gobierno, hacÃa en Europa el mayor de ingenieros don Bernardo Phillippi... Eran la mayor parte de estos pasajeros hombres que disponÃan de regular fortuna, y algunos de entre ellos venÃan comisionados por casas acaudaladas para proponer al Gobierno proyectos de inmigración costeada por ellas en cambio de cesiones más o menos extensas de terrenos baldÃos que en ellas se comprometÃan a poblar en tiempo convencional.
[... BenjamÃn] Viel, impuesto de cuanto ocurrÃa, como pudiera haberlo hecho el mejor y más patriota de los chilenos, no titubeó un instante en ceder a su patria adoptiva el derecho a una propiedad que proporcionaba a él y a sus hijos el goce de una modesta pero segura subsistencia; y con este acto de generoso desprendimiento, salvó la situación.
[...] Devuelta, pues esta isla [Teja] a la ciudad por la rescisión generosa de Viel, procedió sin tardanza el municipio a adjudicarla a los inmigrados, vendiendo a cada familia hijuelas de tamaño proporcional, a precios módicos y a censos irredimibles.
f...] me volvà a Valdivia a calmar el j descontento que ya comenzaba a apoderarse de los inmigrantes (que llegaron en otras oleadas), los cuales no sabÃan qué hacer de sus personas en el provisorio alojamiento donde, por falta de terrenos, les habÃa dejado yo.
Mi llegada produjo el inmediato repartimiento de los terrenos baldÃos de Osorno y La Unión, lo cual llenó a todos de contento. Vi también con gusto que muchos de los más acaudalados inmigrados habÃan comprado sitios y estancias en las cercanÃas de Valdivia; y que animados por mis informes, se disponÃan a hacer otro tanto en el interior confiados en que pronto se abrirÃan los caminos que, a nombre del Gobierno, les tenÃa yo ofrecidos.
[...] los inmigrados que yacÃan apilados en las húmedas casamatas de los castillos de Corral, y otros más que en aquellos momentos llegaron de Hamburgo [...] Inauguróse la colonia de Llanquihue el 12 de febrero de 1853 [...] y al trazar los cimientos de la población que debÃa servir de centro a este establecimiento colonial, se le dio el nombre de Puerto Montt [...]
Ciento cuarenta hijuelas de cien cuadras cada una y dieciocho de cincuenta, rodean el norte, parte del sur y todo el poniente del hermoso lago de Llanquihue, que bajo una forma bastante regular, cuenta como cuarenta leguas de circunferencia, y las fértiles márgenes del Chamiza cuyos caprichosos bajos se prolongan más de una legua mar adentro, se encuentran también, de cinco en cinco cuadras, quince preciosas hijuelas cuyos embarcaderos fluviales, los tienen en las mismas casas. [...]
Asà en Puerto Octay se cultivaron con preferencia la linaza y el nabo para convertirse en aceites que ya se exportan para ValparaÃso [...] aquà se activa el cultivo de la papa para su conversión en aguardiente; allà se construyen molinos harineros [...] y en todas partes, junto con el movimiento industrial, observa con gusto, el que aquello recorre, el contento y el bienestar.´

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