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La caminata de la noche, la´ falta de sueño, lo pesado del médano que estaban trepando, todo se conjuraba en contra a, favor de los peruanos y contra la naturaleza inquebrantable de nuestros invencibles rotos. Pero ellos seguían, animados por su admirable fuerza de voluntad y el estímulo de sus jefes.

La carnicería fue horrorosa... pero 10 minutos más tarde una llama roja como la que brotó del fuerte ocupado por el 4° y el Chacabuco, anunció que los peruanos eran desalojados por los nuestros. Un ¡Viva Chile! atronó el espacio y el glorioso tricolor nacional destacaba gallardo y orgulloso en el centro de los parapetos... En momentos en que el Buin subía y subía con el marcial chileno, un ayudante del ministro de guerra, el mayor Alberto Stuven, recorre las filas y dice:

-¡A nombre del ministro, y grado de capitán al primer soldado que clave la bandera en la cima del fuerte! Acto seguido, un sargento Rebolledo cuyo nombre se me escapa, se lanza en demanda de la gloria.

La hermosa banderola debía ser el blanco He los fuegos enemigos; pero él no se altera por eso. Al contrario: con el estoicismo más sorprendente, marcha, marcha, precediendo el triunfo de sus indomables compañeros y sirviéndoles de guía.

La palabra es suficiente para pintar el arrojo tan temerario; aquel fantasma de la guerra tenía atraídas las miradas de los observadores; los anteojos no perdían vista y no faltaba quien exclamase: ¡Que imprudencia! ¡Llevar la bandera tan, avanzada!

Ni flaquearon las piernas ni temblaron las manos del heroico sargento, y llegó impertérrito, y gritando en medio del estruendo aterrador de la pólvora ¡Viva Chile! Plantó su bandera, produciendo el pánico y la confusión del enemigo que en medio minuto después, abandonaba el formidable reducto perseguido por las bayonetas de los vencedores.´